¡CARAQUISTAS FOREVER! Por Antonio Castillo

Por Prensa Leones del Caracas / Antonio Castillo
Publicado el 20/05/2017

En el marco de los 75 años de Caracas BBC invitamos a reconocidos periodistas deportivos del país a escribir artículos para conmemorar el mes aniversario de la franquicia. A lo largo del mes de mayo podremos leer desde su perspectiva y algunos a través de anécdotas, lo que es Caracas para ellos y para el país. El sexto bate es El Leonático, Antonio Castillo:

 

Recién tomé conciencia de arraigo y pertenencia con la divisa a principios de los años sesenta. En aquella época tuve que emigrar a una especie de exilio a la isla de Margarita, debido a tortuosos movimientos familiares, enmascarados sutilmente con falencias de salud que no vienen al caso.

Atrás quedó Sarría, mi barriada, mis amigos y los juegos con pelotica de goma en el terreno frente a mi casa.

Lo cierto del caso es que en Margarita y específicamente en Porlamar yo podía darme el lujo, si cabía la expresión, de ser el único caraquista. Todos, absolutamente todos mis compañeros de clase en el Colegio San Nicolás eran fanáticos del Orientales (otrora Magallanes) y en consecuencia yo era el centro de las bromas cuando los Leones perdían, pero también, debo reconocer, me regodeaba -con ese agudo sarcasmo que todavía me acompaña- cuando la victoria era nuestra.

En fin, en ese 1963 pude  alternar mis estudios de sexto grado con las transmisiones por radio de los partidos del beisbol profesional. Solo el asesinato del presidente estadounidense John Fitzgerald Kennedy en la lejana Dallas y la campaña presidencial local con el margariteño Jóvito Villalba a la cabeza, vino a trastocar un poco la rutina en aquella romántica Porlamar de entonces, donde por cierto, no había llegado el fenómeno de la televisión.

Puedo decir que en esa época –y ya de regreso a Sarría- comencé a tener real conciencia de lo que significaba ser caraquista, pasión que fue alimentándose con las victorias año tras año y que aún se mantiene vigente.

En esa década de los sesenta pude disfrutar en toda su magnitud de la magnífica dupla que integraron Vitico Davalillo y César Tovar, aderezada con el aporte de extranjeros como los cubanos José Tartabull, Dagoberto Campaneris, Luis Tiant, Diego Seguí y el estadounidense Lew Krausse, ese mismo que ponchó a diez seguidos allá por 1965.

Pero lo mejor estaba por venir y el momento cumbre se presentó en la temporada 1966-1967, concretamente en el partido que definía el título. El Caracas se medía a unos poderosos Tiburones de La Guaira que en la temporada anterior le habían quitado el manjar de la boca y bajo ningún concepto nos podíamos perder ese match de revancha, el decisivo.

Varios amigos nos reunimos temprano frente al bloque 16 y trazamos nuestra estrategia, la cual requería de mucho ingenio porque, entre otras cosas, no teníamos dinero ni para tomar el autobús que entonces costaba un medio. Pedimos “la colita” en uno de esos colectivos que unían Sarría con Puerta de Caracas, nos bajamos en la avenida Andrés Bello y repetimos la operación en un destartalado bus rojo que pasaba por la Casanova y la UCV.

Recuerdo que enfrente de lo que es hoy el Parque Arístides Rojas, el motor del desvencijado vehículo se detuvo entre estertores y un denso humo. El conductor nos dijo que si queríamos llegar a nuestro destino debíamos empujar la mole de óxido y sucio, y así lo hicimos.

Ya en el estadio había que avanzar en nuestra cruzada, y una reja de unos cuatro metros de alto, con alambres de púas incluidos, no nos iba a detener. La saltamos por los predios del centerfield e ingresamos a las soleadas e incandescentes gradas. No contentos con eso, en pleno himno nacional saltamos al terreno -huyéndole precisamente al implacable sol-, corrimos y nos subimos a la zona de Preferencia, pasándole antes por enfrente a los policías que en marcial posición de firme, inmóviles, solo atinaban a fulminarnos con miradas de odio ante tanto desparpajo. 

Y vino el sufrimiento. Ya en el cuarto inning los Tiburones, con Roberto Muñoz en el montículo, blanqueaban a los Leones. Sin embargo, poco a poco fue cerrándose el score y en el séptimo la cosa prometía. El Caracas estaba todavía abajo 8-4, pero venía a batear ese “lucky seven” con toda su artillería.

Allí pasó de todo. Recuerdo que en medio de una acalorada discusión, Pompeyo Davalillo derribó de un derechazo al árbitro Rivas Prim luego que éste invalidara un imparable impulsor de Jim Hicks tras haber dado un "tiempo" que nadie escuchó o vio. Cuando las aguas regresaron a su nivel, el Caracas había dado vuelta al marcador con jonrones del catcher cubano Paulino Casanova y de Dave Roberts. Fueron once las carreras que anotaron los Leones en ese séptimo capítulo, para en definitiva imponerse 16 por 9 y cargar –de manera sensacional- con el título en esa zafra 1966-1967. 

Que felicidad, nos abrazábamos unos a otros y brincábamos entre gritos de alegría. Si había que empujar el autobús de regreso, pues lo haríamos con gusto porque estábamos pletóricos de felicidad. Ese momento inolvidable realmente no tiene precio.

Si antes era caraquista, con esa soberbia victoria me terminé de convertir de manera total y  absoluta, sin dudas de ninguna especie, como si un manto sagrado se hubiese posado sobre mi cabeza, y desde entonces ese sentimiento de pertenencia fue creciendo, alimentado con las gestas de jugadores criollos de la talla de Luis Peñalver, Antonio Armas, Jesús Marcano Trillo, Gonzalo Márquez, Baudilio Díaz, Omar Daal, Roger Cedeño, Andrés Galarraga, Jesús Alfaro, Urbano Lugo, Omar Vizquel, Marco Scutaro, Bob Abreu, Jesús Guzmán y de importados de altísimo nivel como Pete Rose, Adrian Garrett, Joe Ferguson, Pete Koegel, Steve Sax, Dave Henderson, Dwayne Murphy, Tom Dixon, Kevin Bass, Donell Nixon, Eddie Miller, Alvin Davis, Eric Owens, Josh Kroeger y pare usted de contar.

Una de las cosas que me llenan de orgullo es que con los años pude adosarle esa pasión caraquista a mi hijo Diego y pude aglutinar en buena medida a los aficionados melenudos en mi blog El Leonático, el cual me ha servido para interactuar con ellos a través de El Universal.

Los Leones del Caracas están cumpliendo 75 años, de los cuales he vivido seis décadas de momentos gloriosos y de otros aciagos, pero puedo decir con toda la sinceridad del caso que las victorias y los buenos ratos de este gran equipo no han tenido desperdicio e imperan sobre los malos episodios, y es por ello que no me queda más que reafirmar ¡Caraquistas Forever!

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